El prefijo griego koinos (común, compartido) está en el origen del verbo comunicar, que usamos para referirnos a la experiencia (común y compartida) de producir y transmitir sentidos. No hay aprendizaje sin koinos, no hay comunicación si ésta no se afianza en un espacio capaz de enlazarnos a través del hecho social, común y compartido del lenguaje.
Mi enfoque en la enseñanza del español se caracteriza por un deseo de lograr que el estudiante sea capaz crear y comunicar sentido utilizando cada vez un mayor número de herramientas. Asimismo pienso que el proceso de adquisición de estos recursos debe ocurrir de una forma orgánica, más centrada en la efectividad de la transmisión de sentidos que en la incorporación de leyes gramaticales o de listas de elementos lingüísticos inconexos. Considero que el núcleo de cada lección (su objetivo general) debería conciliar la comprensión de los aspectos pragmáticos, estratégicos y sociales del lenguaje con la necesidad de añadir piezas a la estructura lógica que el estudiante intenta completar a medida que avanza su proceso de aprendizaje. En este proceso resulta esencial que la experiencia de entrar en contacto con un mundo otro a través de un lenguaje nuevo sea un evento colectivo que evidencie los frutos del ejercicio de enseñar y aprender un idioma.
Adicionalmente considero de gran importancia que las habilidades que se enseñan en el salón resulten útiles para satisfacer necesidades comunes de la comunicación diaria. Para mí resulta esencial que el contexto en el que se desarrollan los ejercicios y actividades de la clase estén enfocados en situaciones del mundo real. Por esta misma razón suelo incorporar actividades complementarias del tipo “Sobrevive una conversación incómoda en un ascensor” o “Aprende a usar el verbo 'gustar' en una conversación en Tinder en español”. Además de presentarse como oportunidades para practicar necesarias habilidades cotidianas, resultan siendo experiencias divertidas que conjugan con gran naturalidad fórmulas lingüísticas en español para hablar de sí mismos, poder conversar por teléfono, comentar el clima o explicar y entender direcciones.
Pero enseñar un idioma es mucho más que simplemente transmitir una gramática y un vocabulario a quienes no lo conocen. Se trata de un trabajo colectivo en el cual el profesor intenta guiar a otros hacia la posibilidad de ampliar su mundo a través de la incorporación de un idioma nuevo. En este proceso, cada vez que el alumno entra en contacto con un conjunto de valoraciones que le resultan ajenas, se abre para toda la clase —también para el profesor— una vía para comenzar a ver la realidad a través de los ojos del otro. Con cada frase que enseñamos se transmiten versiones distintas del mundo que habitamos, de una forma que hace que incluso sean deseables los conflictos y los malentendidos: terrenos fértiles para el contraste. Tener en cuenta este tipo de potencialidades de nuestro trabajo es de fundamental importancia para la enseñanza de una lengua transnacional como el español.
Mi enfoque en la enseñanza del español se caracteriza por un deseo de lograr que el estudiante sea capaz crear y comunicar sentido utilizando cada vez un mayor número de herramientas. Asimismo pienso que el proceso de adquisición de estos recursos debe ocurrir de una forma orgánica, más centrada en la efectividad de la transmisión de sentidos que en la incorporación de leyes gramaticales o de listas de elementos lingüísticos inconexos. Considero que el núcleo de cada lección (su objetivo general) debería conciliar la comprensión de los aspectos pragmáticos, estratégicos y sociales del lenguaje con la necesidad de añadir piezas a la estructura lógica que el estudiante intenta completar a medida que avanza su proceso de aprendizaje. En este proceso resulta esencial que la experiencia de entrar en contacto con un mundo otro a través de un lenguaje nuevo sea un evento colectivo que evidencie los frutos del ejercicio de enseñar y aprender un idioma.
Adicionalmente considero de gran importancia que las habilidades que se enseñan en el salón resulten útiles para satisfacer necesidades comunes de la comunicación diaria. Para mí resulta esencial que el contexto en el que se desarrollan los ejercicios y actividades de la clase estén enfocados en situaciones del mundo real. Por esta misma razón suelo incorporar actividades complementarias del tipo “Sobrevive una conversación incómoda en un ascensor” o “Aprende a usar el verbo 'gustar' en una conversación en Tinder en español”. Además de presentarse como oportunidades para practicar necesarias habilidades cotidianas, resultan siendo experiencias divertidas que conjugan con gran naturalidad fórmulas lingüísticas en español para hablar de sí mismos, poder conversar por teléfono, comentar el clima o explicar y entender direcciones.
Pero enseñar un idioma es mucho más que simplemente transmitir una gramática y un vocabulario a quienes no lo conocen. Se trata de un trabajo colectivo en el cual el profesor intenta guiar a otros hacia la posibilidad de ampliar su mundo a través de la incorporación de un idioma nuevo. En este proceso, cada vez que el alumno entra en contacto con un conjunto de valoraciones que le resultan ajenas, se abre para toda la clase —también para el profesor— una vía para comenzar a ver la realidad a través de los ojos del otro. Con cada frase que enseñamos se transmiten versiones distintas del mundo que habitamos, de una forma que hace que incluso sean deseables los conflictos y los malentendidos: terrenos fértiles para el contraste. Tener en cuenta este tipo de potencialidades de nuestro trabajo es de fundamental importancia para la enseñanza de una lengua transnacional como el español.